Llamamos progromos antigitanos a los actos colectivos de violencia ejercida contra grupos de personas gitanas por el hecho de serlo. En este tipo de episodios los agresores se constituyen como turba anónima que actúa representando los supuestos intereses del bien común. Los agredidos los son en cuanto a su pertenencia a un grupo o familia gitana y no por un comportamiento específico: se castiga por un ser y no por un hacer. La causa o justificación de estos actos de violencia suele ser un acto cometido por una determinada persona gitana pero la responsabilidad de esta se coloca en todo el grupo al que pertenece el autor, contraviniendo el principio de responsabilidad penal individual de las sociedades democráticas.
Históricamente, los castigos colectivos han sido utilizados en las guerras e invasiones como medidas intimidatorias para aterrorizar a la población con el fin de prevenir actos hostiles, aunque conllevaran golpear por igual a culpables e inocentes. Legalmente este tipo de castigos se prohibieron tras la Segunda Guerra Mundial en los Convenios de Ginebra de 1949, pero lamentablemente estos castigos siguen ocurriendo y la población gitana sigue siendo objeto de ellos, aunque en la actualidad estos castigos no los impone el poder político o judicial sino grupos formado por la población civil. No obstante, la tolerancia de estos progromos desde el discurso público y la falta de condenas judiciales contundentes que reconozcan la discriminación racial que sostiene estos actos violentos hace que continúen sucediéndose con bastante impunidad. Ejemplo de ello son los progromos de Torredonjimeno en 1984, Martos1 en 1986, Mancha Real en 1991, Castellar en 2008 y 2014, y más recientemente, en el año 2022, en Íllora y Peal de Becerro2.
En el presente texto comparto tres ideas sobre este tipo de violencias racistas con el objeto de pensar en profundidad el fenómeno teniendo en cuenta la perspectiva estructural del antigitanismo3, y con el fin de afinar las soluciones de las que podemos dotarnos para la erradicación de estas violencias. No podemos abordar estos episodios como un mero problema de orden público, necesitamos un análisis en profundidad de sus causas para poder acertar en las soluciones para enfrentarlos.
Primera idea: Los progromos antigitanos no son fruto del ascenso de la ultraderecha y la proliferación de los discursos de odio.
Es una realidad indiscutible, sostenida por la Fiscalía especializada en delitos de odios, que los discursos de intolerancia y odio contra minorías, incluida la población gitana, ha aumentado en los últimos años como causa o efecto de la mayor presencia de mensajes de ultraderecha en los medios de comunicación y las instituciones. Sin embargo, no podemos reducir la realidad de los progromos antigitanos a esta causa pues, como vemos, se han sucedido a lo largo de la historia, tanto antes del periodo democrático en España, como durante la transición, y después. Has existido progromos contra los gitanos tanto cuando la mayoría del país ha votado a gobiernos socialistas como cuando la derecha y ultraderecha ha conquistado el poder político. Este dato nos obliga a buscar las causas históricas y estructurales en este fenómeno y complejizar mucho más el análisis de la cuestión.
Segunda idea: Los progromos antigitanismo se perciben en el imaginario colectivo como episodios de autodefensa civil y no como actos de violencia racista.
La versión que se da mediáticamente de estos episodios, y por tanto la percepción que tiene de ellos la opinión pública mayoritaria, es la de una respuesta colectiva de los vecinos de un lugar frente a una amenaza a su seguridad causada por un grupo gitano. Así pues, la mayoría de los discursos ante este fenómeno se dividen entre quienes justifican la violencia -pues responde a un acto de autodefensa- y quienes la condenan por ser contraria a derecho y suponer tomarse la “justicia por su mano” prescindiendo de los cauces legales, como las Fuerzas de Seguridad del Estado o los Tribunales. Rara vez, por tanto, se condena estos actos de violencia colectivo por su dimensión racista, y su violación frontal de derechos fundamentales. Por tanto, el abordaje de estas violencias se presenta como un tema de debate en el que pueden existir varias posturas con cabida en el marco democrático: a favor o en contra de los linchamientos de familias gitanas. No se manifiesta un discurso de impugnación total, como algo que choca frontalmente contra el orden constitucional y los Derechos Humanos.
Tercera idea: El poder político y mediático se resiste a afrontar que los progromos son un acto racista porque eso supondría admitir que el antigitanismo es estructural.
Si un grupo de aficionados en el fútbol grita “puto mono” a un jugador racializado es más fácil que la opinión pública condene de manera rotunda dicho acto como racista que la quema de casas de familias gitanas a manos de una turba de vecinos enfurecidos. Porque, en el fútbol, los autores de la agresión son un grupo determinado de personas, ultras, o radicales. No representan a la sociedad mayoritaria, más bien son una desviación de esta, un fallo del sistema. Los grupos ultras o nazis, nunca son un “nosotros”, en el imaginario colectivo siempre son esa gente sin rostro, peligrosa e incívica que no conocemos. Los radicales ultras no son nuestros compañeros de trabajo, las madres y padres de las asociaciones de alumnos, la dependienta o el peluquero. Sin embargo, en los progromos antigitanos los agresores son “la gente normal”. La frase “ha sido el Pueblo” ha servido como justificación a los autores en alguno de estos episodios. No son jóvenes con esvásticas que tiene como hobby dar palizas, es gente que al día siguiente de incendiar las casas de los gitanos llevan a sus hijos al colegio y les dan fruta para desayunar, que visitan a sus padres los domingos y pagan sus impuestos. Admitir que toda esa gente es racista es admitir que la sociedad entera lo es. El racismo, en este caso el antigitanismo, se presenta entonces como algo estructural, no como una falla del sistema, sino como el sistema mismo. Asumir esta posición supone un cuestionamiento del orden vigente y no es tan fácil que se asuma desde posiciones de poder que se benefician del statu quo.
Conclusiones
Estas tres ideas pretenden poner sobre la mesa la necesidad de asumir que el antigitanismo es estructural y que asumirlo es el primer paso para poder plantear soluciones ante estas violencias. Que es estructural significa que la idea de inferioridad o sub-humanidad de la población gitana es subyacente a decisiones a políticas, económicas, culturales, administrativas, y judiciales en la actualidad. Es la idea de que la población gitana no cumple los estándares mínimos de humanidad para ser sujeto de derechos en igualdad de condiciones y que la causa de la exclusión social que padece gran parte de la población gitana tiene su causa directa en su propia idiosincrasia.
En el discurso hegemónico, los gitanos y las gitanas no son lo suficientemente desarrollados, trabajadores, racionales, o ilustrados para merecer una situación mejor a la que tienen hoy. El antigitanismo es por tanto una subjetividad compartida ampliamente por la población mayoritaria. El “péinate que pareces una gitana” o “pórtate bien no seas como un gitano” forma parte del imaginario colectivo de todas y todos. El antigitanismo consiste en colocar a la población gitana en el lugar simbólico de lo que no se debe ser. El ejemplo perpetuo de lo incivilizado. Son estos consensos sociales lo que hace justificable que el castigo a un hecho cometidos por una persona gitana merezca el castigo de toda su comunidad negando así la individualidad del gitano como sujeto. Porque los gitanos no son personas titulares de derechos, son un “todo” definido por su inferioridad, parasitismo y peligrosidad. Por eso por uno pagan todos, niños y ancianos, porque no existen sujetos gitanos individuales para el imaginario colectivo.
Para desmotar estos mitos y creencias que niegan la humanidad plena a las personas gitanas es necesario entender cómo se han construido. Cómo la historia de persecución a la población gitana es un intento de aniquilación de una cultura. Una cultura que se presenta como subversiva al destino económico y social que el Poder históricamente ha reservado a la población gitana: ocupar los sectores sociales y laborales con peor reconocimiento y retribución. La persecución y estigmatización del Pueblo Gitano durante siglos ha tenido su causa principal en la necesidad de someter a esta población a unas formas de vidas productivas para el poder económico a costa de limitar su autonomía e identidad. La resistencia histórica de la población gitana a ese destino ha sido castigada con la estigmatización y la exclusión social. Por todo ello, recuperar la historia del Pueblo Gitano sigue siendo necesario.
La lucha contra el antigitanismo es una lucha por la universalidad de los Derechos Humanos. Si construimos sociedades donde en el imaginario colectivo y en los discursos dominantes se niega que todas las vidas valgan lo mismo, y se justifica que hay gente que merece ser castigada por quién es y no por sus hechos, el peligro potencial es para todas las personas y no solo para las gitanas. Porque una sociedad que jerarquiza humanidades siempre necesitará un grupo humano que colocar en la base inferior de la pirámide y nadie está a salvo de ocupar antes o después este lugar. La lucha contra el antigitanismo es por tanto una defensa a ultranza de la universalidad de los Derechos más fundamentales; por ello esta causa no es solo de los gitanos y gitanas, es cosa de todos y todas.
Pastora Filigrana
García Abogada y defensora de Derechos Humanos
1 https://ctxt.es/es/20190403/Firmas/25445/dia-internacional- del-pueblo-gitano-fascismo-antigitanismo-pastora-filigrana.htm
2 https://www.elsaltodiario.com/antigitanismo/la-memoria-historica- del-pueblo-gitano-sigue-sumando-incendiospensar
3 https://ctxt.es/es/20160713/Politica/7135/gitanos-gitanofobia- martos-1986-incendio-memoria-historica.htm